domingo, 28 de septiembre de 2008

Manchay

- Junior corre, corre, vas a llegar tarde. - le gritaba su madre desde la puerta un poco desesperada.
Entre la arena, Junior corría ofuscado. Volteó un instante solo para verle los ojos a su madre, tan grandes y acaramelados, tan negros y viéndolo, siempre viéndolo.

Corría con torpeza, sus zapatos fueron tornándose grises con el polvo y a veces le rozaban el pantalón pintándole rayones grises en toda la basta, cosa que iba molestándole poco a poco, a cada nubarrón de polvo que se eleveba del suelo tras sus pasos, más el sol que empezaba a quemarle el rostro.
Pero, ¿qué podía hacer?, solo seguir corriendo.
Otro día más sudado en el colegio.

Manchay, pertenece a Pachacámac, dijo el profesor. Y mientras Junior sudando se sacaba la mochila, pensaba que también debía de pertenecer a alguna parte del infierno. Si, lo sé, no estaba tan mal, se decía. Pero Lima era mejor, mil veces mejor.

En casa de Junior su madre barría el piso y se desesperaba al ver que todo el polvo que alcanzaba a recoger era una parte ínfima y diminuta, y que Manchay estaba hecha toda de polvo. Infinitamente de polvo. Pensaba que más o menos asi debíamos de ser con el universo, qué cosa tan increíble, se decía. Acá en Manchay todos somos, y seremos de polvo. Y nada podía gustarle más que esa sensación de amplitud, de novedad y de ser algo reciente, que todavía se podía mejorar. Se paraba a mirar el inmenso arenal que se extendía al frente, a los costados. Desde donde estaba, podía verse que entre los huecos que quedaron de la extracción de arena, se levantaban ya muchísimas casitas de madera, todas de verde, cuatro paredes de madera verde y suspiraba, al menos acá hemos levantado columnas, hemos techado la casa. La madre de Junior entonces, empezaba a pensar que a pesar de todo era una mujer afortunada.

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