viernes, 11 de julio de 2008

Cajamarquilla

Olvidados, hacia el este de Lima, Lurigancho, Casa Huerto La Campiña Sector C, al ladito del cielo, el incesante ronroneo del motor, y los bocinazos del camión "aguatero", ponen atentos a todos los vecinos. Lucía Ccorisapra, carga un bebé en el brazo, con el otro sujeta a un pequeñín descalzo, y de la puerta de madera de su casa, sale corriendo Elmer, el mayorcito, con un galón en brazos, corre sin zapatos y a sus 9 años sabe que de su velocidad dependerá el agua para su casa, el empinado cerro está sembrado de piedras y polvo. Elmer resbala, y se arrastra unos metros por el suelo, echado boca abajo, sus piernas y brazos van perdiendo pequeños pedazos de piel, por su boca apretando el dolor de la caída se cuelan algunas nubes de polvo, rápidamente su rodilla, va tornándose roja, los codos también, y su nariz. Va a llegar para el final de la fila, quizá no consiga agua, le arden mucho los brazos, no sabe si podrá cargar con su galón.

Lucía espera, trata de ver si Elmer, está en un buen lugar en la fila, si no consigue agua, quizá y tenga que usar la que le queda, se queda pensativa, le da miedo seguir cocinando con el agua que guarda en la batea, tiene mucho tiempo guardada, y se logra ver algo de tierra al fondo. Mira a Esmeralda, su última hija, no puede seguir así. Se muerde un poco los labios, está empezando a ofuscarse, se siente a la mesa, abre el catálogo de joyas que le prestó una amiga. Piensa en las chicas de la primera página, tendrán también que pasar por eso, a veces piensa que no fue buena idea casarse tan rápido, ni bien acabó el colegio.
El agua es un gran problema, pero también lo es la casa, es de madera, entra el frio, a veces en invierno, confiesa estar segura de no recordar como se siente el calor, aunque también es un problema donde está la casa, tan arriba, que no le dan ganas ni de salir, además hay tanto polvo, todo es polvo, todo son piedras, todo es frio, todo son problemas, no hay comida, no hay agua, no hay esposo, siempre trabajando, pasa horas de horas en su casa sin salir, cree estar volviéndose loca. A veces sale, visita a su vecina, pero no le agrada que le anden diciendo como criar a sus hijos, como limpiar la casa, la exaspera.

Elmer se limpia las rodillas, algo de sangre le ha quedado entre los dedos, se los lame, siente los piedritas y el polvo mojarse entre sus dientes, pasa un salivazo. No llegó tan tarde, coge el bidón con fuerza, el sol le revienta en la cara, le hace cerrar los ojos, el camión frena con fuerza, el polvo sale revoloteado, cierra otra vez los ojos, algo va acariciándole el rostro. Le gritan para que se acerque, le llenan el bidón, cada vez pesa más, lo pone en el suelo y va viendo como chorrea al agua como van brillando los anillos al borde espumoso del chorro, tiene tanta sed, le dan ganas de meter toda su cara en el bidón, Se acabó, es hora de subirlo.

Lucía va viendo desde su puerta a Elmer arrastrar el bidón, le da mieda que se llegue a partir. Se sienta a la sombra y espera. Es tarde ya, hace rato que pasó del mediodía, no ha comido nada, tampoco ha comprado nada. Empieza a exasperarse de nuevo, aprieta con fuerza los dientes hasta que le duelen. Su hijo está frente a ella, el rostro hinchado y sonrojado, se logran ver algunas de sus heridas, en la nariz, los codos, las rodillas. Hasta que al fin hay agua. Se puede avanzar algo.

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